Por: Daniel Collazos Perdomo. 1101.
El dilema es ese, los implicados, sus usuarios y el problema mismo, la contrariedad entre dos tendencias de quienes hacen uso de los dispositivos tecnológicos en el aula de clase.
Pero, ¿por qué me refiero de esta manera a esos aparatos sin vida a los cuales no se les puede dar una denominación moral por su carácter falto de conciencia y libertad? Lo hago por el hecho de que en sí mismos no tienen participación en los defectos o virtudes sociales. Pero cuando pasan a intervenir en la existencia humana, las implicaciones que tienen benefician o perjudican al hombre, y más exactamente a los estudiantes, que somos los que hemos venido tratándolos con mayor libertad.
Están los que nos ayudan a nuestro aprendizaje: ¡cuántas veces no hemos necesitado de un video-beam para proyectar las diapositivas de nuestros trabajos! O cuántas más el computador de la biblioteca para desarrollar nuestras tareas que no llevamos a cabo en casa, inclusiva consultar importantes noticias que definirían parte de nuestro porvenir.
Pero está la cara amarga de la situación, y no precisamente para los jóvenes o niños, sino para los profesores, que ven con disgusto la utilización de estos en el aula de clase. Y no es para menos, cuando muchos de ellos son enfocados al ocio y la diversión; ejemplo de esto son los computadores portátiles con amplia gama de videojuegos que son rotados por varios compañeros para compartir su esparcimiento, los “psp” que son dedicados a lo mismo, y aún algo más crítico: los “blackberrys”. Yo he alcanzado a contar alrededor de 13 de estos últimos en mi salón. La cuestión no es tenerlo sino saberlo usar. Porque son fáciles distractores e impiden que la información que sale de boca del profesor sea comprendida cabal y adecuadamente por quien los está utilizando para chatear o escuchar música.
Enfocándome en la parte negativa, puedo decir que es fácil caer en el vicio común de su incorrecta aplicación. Personas que tienen bastante fuerza de voluntad, al final se verán menguadas en ella porque la costumbre inconsciente de revisar el “ping” que le acaban de enviar o el mensaje de “Messenger” que puede ser urgente van taladrando sus antiguas actitudes. Y es peor cuando se busca la manera de no dejarse ver por el profesor cuando se les tiene afuera del lugar donde deberían estar. Aunque el colmo de todo es cuando los profesores, ya cansados de insistir para que cambien de actitud sus alumnos, los dejan sacar los dispositivos aún a su vista, sin recriminarles esa ofensa.
Vivo con ello y pese a que nosotros, los jóvenes, somos el baluarte del progreso y los representantes de la revolución, no debemos dejarnos enajenar de los procesos educativos por culpa de la tecnología.
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